sábado, 14 de marzo de 2009

5 .- B.E.R.T.O

(Casa de La Legua)

5. B. E. R. T. O.

La más bella historia de amor,
nunca antes contada, con motivo de
las ‘bodas de oro’ matrimoniales de
mis padres Edelberto Martínez-Márquez
y Miryam Solís-Escobar

Acontecimiento inolvidable
celebrado en La Tebaida, Quindío.
El sábado 17 de julio de 1993.

Había una vez

Había una vez en el reino de Betulia, al suroeste de Antioquia, en Colombia, una hermosa princesa que deslumbraba por su belleza latina. Sólo comparable cuando el sol reflejaba sus rayos sobre las montañas de la luna en la tierra del oro, Antiochía. Con sangre de virrey la princesita Miryam, como estrella del mar dedicó su juventud a ilustrar a los niños sobre la magia del universo, en una escuelita veredal.


Ya en Medellín la princesa impactó a primera vista a un bellísimo guerrero pijao, nacido en una ‘Villa Hermosa’ cerca a la cumbre de las nieves perpetuas en el Tolíma. Berto llegó deslumbrado también por las luces de la gran ciudad y cuentan que una vez permaneció estático en el palacio de Calibío, admirado por el soberbio estilo gótico flamenco de la edificación y sus vitrales moros a la espera de la misa vespertina.


Al estilo paisa


Estaba a la espera de la misa cotidiana hasta que alguien le hizo caer en cuenta de que se trataba, no de una iglesia sino del Palacio de Gobierno de los antioqueños.
La princesa y el guerrero se casaron y vivieron felices desde aquella ceremonia del sábado 17 de julio de 1943 celebrada en la parroquia del Sagrado Corazón, en Medellín22 .
El buen mozo guerrero era corto de palabras pero su decir tenía poder de creación y con una sola mirada prendó a la sardinita hija de don José Solís-Moncada, el más auténtico poeta de la raza antioqueña y registrador de Historia; y de Carlota Escobar-Montoya, la abuela imperial que dejó la nostalgia de un ‘algo bien parviado’ al estilo paisa.

Cuando el guerrero, quiero decir mi papá, cambió el Seminario por estudios de Ingeniería en las Escuelas Internacionales, se independizó del coqueto Luis Martínez y la aristócrata María Cristina Márquez, los abuelos paternos de lejana recordación cuando la familia pasaba por aquella Armenia con aroma de café. A ella la conocimos en fotos admirando a los nietos. Ambos de noble ancestro de Quimbaya y don Quijote.

Fue la época de la cigüeña y del niño dios que traía de Bogotá bicicletas, televisores y radiolas donde el hermano mayor, el gran Ignacio, vibraba con la música de The Beatles y los boleros de Alfredo Sadel en Ibagué.

Cuentan que el viejo era tan distraído que llegaba a la oficina con medias distintas o zapatos cambiados.
—«No, es que a Miryam le encanta la combinación de colores» —decía.

Para verla mija

Trabajó para el Gobierno por años, hasta el agotamiento, porque una trombosis mañanera lo puso a arrastrar sus pies de viandante, del brazo de su esposa. Fue cuando Barcoofidios y Belisaurios lo relegaron al olvido23 . Fue también en esa época en que adquirió como el Coronel Márquez el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, fabricando lindísimas cafeteras de porcelana en un horno costosísimo que con miles de cuidados llegó quebrado de Bogotá, como él mismo, la vez en que olvidó que por las calles de Cali también circulaban los carros.


—«Miryam, Miryam», —llama por la casa.
—«Para qué me llama, si aquí estoy» —
contesta ella a su lado.
—«Para verla, mija, para verla» —responde.

Este es el único hábito conocido, nunca aspiró el aroma del tabaco, y como única mujer lo acompaña siempre su princesa adorada, aunque es gran admirador de la feminidad de las diosas, como papá Luis, nuestro abuelo.


Lo que sea doctor


Salvo las cervecitas de disimulo cuando Berto y Helio coqueteaban con sus novias, también hermanas, en larguísimas visitas de silencio. Nunca bebió licor, ni siquiera en la Guajira donde servían whisky a la lata. -«Lo que necesite, doctor» tentaban los emergentes, mientras sus hijos mayores rumbeaban con el cantor de Fonseca, con Helenita Parody, con el hijo del notario y hasta con Rafael Ángel en Arjona.


Su profesión nos llevó por toda la geografía de Colombia y era fama de conmoción interna y asunto de orden público cuando la plaga de bulliciosos llegaba al Cali de la dictadura militar, al Tuluá de los cóndores azules, al Armenia de la tía Lola, de Helio y del Padre Mario con sus ángeles de vuelo largo.


Al Ibagué de la calle trece y la resistencia campesina de las FARC, al Medellín de los abuelos que siquiera se murieron sin ver maltratada la paz y sus palomas en el parque de Berrío. Al Santa Marta de Jaime Bateman y del Cura Camilo Torres, a la Guajira de la bonanza marimbera, o al Barranquilla de las primas primorosas y la Casa del Radiador.

Tierra cuyabra

En un jeep como los que se revientan de gordos cargando racimos en estas tierras cuyabras, salíamos en cualquier momento en viaje descubriendo horizontes, mientras del techo del carro se mecía la cunita de Margarita con su concierto de llanto por etapas. Construyó obras hidráulicas que aún funcionan con eficiencia y a las que el Guabio descomunal le queda chiquitico.
Muchos doctores recuerdan hoy sus serias clases de ‘Geología Agrícola’ en la Universidad del Tolíma. De sus inventos se apropió el capitalismo, y la familia a veces pasaba trabajos para cubrir la cuota del arriendo porque «no le han pagado a Berto», como dice mi mamá.


Solidaridad y ternura


Ella fue y es un dechado de ternura y cariño para con todos, aún para los más rebeldes como Margarita, Doris, Oscar, Jaime, Alberto, Cristina, Cecilia, Gustavo, Amparo, Fernando e Ignacio. A todos los hizo profesionales y algunos se especializaron en Francia, Estados Unidos, Brasil, en la Universidad Nacional, en la Universidad de Antioquia o en la Universidad Autónoma Latinoamericana, de donde hemos regresado para agradecer, brindar y contar anécdotas fruto del amor de esta pareja tierna a la que le estamos celebrando sus 50 años de matrimonio.

Fernando Martínez-Solís
Urabá, Martes 13, Julio de 1993

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