lunes, 16 de marzo de 2009

Palpitando por su morena

Mercedes Montoya-Correa

Palpitando por su morena

En Betulia se prendó de la “riente castidad de la mirada” tierna de esos ojotes negros de la hija de don Arcesio Escovar-Torres, el paisano venido de Anzá, en matrimonio con Mercedes Montoya-Correa, también de Anzá, quien se sentaba en medio de los novios a vigilar el romance, pues la niña sólo tenía 16 de edad y le solicitaron al joven Solís la esperara a que cumpliera los 18 años, «edad en que la mujer solía ser más responsable con sus obligaciones».

Romance que el joven Solís plasmó en estos versos magistrales brotados de su inspiración y de su pasión desenfrenada por la niña Carlota Escobar-Montoya, y que dicen así con inspirado acento en esta nota fechada el 29 de julio de 1916, un sábado de visita:

“Dos pedazos de ébano incrustados
en la imagen sonrosada,
dos pedazos de noche que me ofrecen
fulgores de esperanza y de alborada”.

Muchos de sus poemas se convirtieron en canciones de serenata bajo los románticos balcones con las notas de la guitarra de Tista Ibarra. Bambucos y torbellinos salieron de su pluma para alegrar el folklore de las veredas de Antioquia.

Mi dicha y mi ventura

Aceptada por sus suegros la petición de mano, el apuesto joven Solís-Moncada contrajo matrimonio en Betulia con su Carlotica, el 9 de enero de 1918 en la iglesia de la Inmaculada Concepción; los casó el padre Manuel Uribe, el mismo que lo había bautizado veintiséis años atrás.7 Presenció el matrimonio el presbítero Eduardo Sierra. Testigos Diego y Luis Escobar.

Tienes por compañero un trovador.
Le confesó mi abuelo ese día miércoles del matrimonio.

Y le cantó de esta manera:

«Suelta tu cabellera como un manto,
canta, reanima mis sueños con tu canto
que yo al fulgor de tu pupila bruna,
me quedaré sereno como un río,
que en noches tristes, sosegado y frío
recibe los fulgores de la luna».

Con su amor y comprensión ‘Mamabuelita’ lo acompañó siempre, y fue su inspiración en la añoranza de los canarios y turpiales que adornaron la casita que anhelaba circundada de parleros manantiales, ausente de la insulsa aristocracia, pues como decía mi abuelo al referirse a su morena como cristalina fuente, como luz tras el cristal, que ya preocupa tu vivir mi mente: «sólo ella para mí palpita».

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